21 abr 2016

Y entonces, me quedé sin voz

         Hoy, como todos los días, estaba en Fb hablando con David (mi pareja) por chat. Ha compartido un vídeo en el que una mujer pega una paliza a un hombre y me ha dicho que no lo acribille por hacerlo. He visto el vídeo y falta decir que me ha parecido desagradable; me ha recordado a imágenes en las que muestran cadáveres de niños sirios o perros a los que han pegado una paliza. Me ha preguntado «¿Tiene algo de malo publicarlo?» como si estuviera desafiándome a que le dijera lo contrario. Y le he explicado, como he expuesto aquí antes, que no estoy a favor ni de ver esas cosas ni de compartirlas porque hieren la sensibilidad de cualquiera. Qué conste que esta es mi opinión; cualquiera puede pensar lo contrario.

         Luego, me ha rebatido diciendo que ver ese vídeo es algo más real que las estadísticas que pueden ser manipuladas. Y yo me he parado en seco y le he dicho «Los vídeos no se manipulan, ¿cierto?». Ves una grabación de un minuto en la que las personas pueden estar fingiendo por un propósito que, por cierto, está descontextualizado. No sabes ni el antes ni el después de los sucesos. El caso es que, según él, el vídeo es más real. En mi opinión lo veo algo estúpido. Si eres un escéptico dudas de la veracidad tanto del vídeo como de las estadísticas de violencia de género; si eres crédulo tomas como veraz ambas. 

         En mi opinión está condicionado; creo que parte de la idea de que hombres sufren y busca justificaciones para afianzarla. ¿Los hombres sufren? Me pregunto. Supongo que sí, como cualquier persona. Pero, aún así, es estúpido el enfoque que le dan. Yo no tengo nada en contra de que se muestre la violencia de la mujer hacia el hombre si se da en algún caso; lo que no me parece bien es que se emplee como baza para minimizar la cantidad de mujeres que mueren al año en manos de hombres. 

         David es feminista, ¿cierto? ¿Entonces por qué se empeña en publicar alguna que otra vez esos vídeos, como si estuviera desafiando a las mujeres en su rol de víctima? ¿La gente piensa que las mujeres disfrutamos siendo unas sumisas y teniendo miedo de salir solas a la calle? Siento, de verdad que siento que esto estalla. Estallo yo, y derramo lágrimas. Esta noche me ha hecho llorar con sus comentarios porque me ha hecho sentirme incomprendida. Está bien que sufráis, hombres, y que os quejéis de vuestro dolor. Pero no hagáis una batalla de todo esto.

         Tengo a no sé cuántos hombres atacándome por criticar mi posición de mujer. Diciéndome «Los hombres también sufren», como si aquello me hiciera olvidar que sesenta mujeres murieron a manos de hombres el año pasado. El dolor masculino tiene más peso que el femenino. ¿Feminismo? Eso ya no. Llámanos solo feminazis.


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6 ago 2013

¿Por qué las mujeres tienden más a escribir?

              Puede que esto os parezca una tontería, pero es una duda que he tenido a lo largo de toda mi estancia en el mundo literario online. A la escasa edad de doce años empecé a navegar en redes en las que se frecuentaban o bien creaciones literarias, o bien se hablaba de literatura. He de decir que en la mayoría de ellas únicamente se podía apreciar la presencia de mujeres. No quiero que penséis que reniego de la existencia de hombres ni nada por el estilo, sino que simplemente su numero era considerablemente inferior. A razón de esto siempre me he planteado el quid de esta cuestión. ¿Existe alguna razón en concreto para que esto ocurra? 

              Si nos remontados a unos cuantos siglos atrás las creaciones literarias eran casi exclusivas del género masculino. Si bien es cierto existen algunas excepciones maravillosas pero, aún así, a grandes rasgos eran más propias de varones. Esto me ha hecho plantearme si ha sido ahora el boom de las autoras femeninas o si, por lo contrario, ha sido en esta época en la que, gozando de más libertad, se han visto en la oportunidad de realizar creaciones literarias.

              Me gustaría añadir que, anteriormente, el número de autoras femeninas se veía ensombrecido por el de sus maridos, hermanos... Estas mujeres se veían obligadas a emplear el nombre de estos en la publicación de sus obras porque, de no ser así, no gozarían de ningún tipo de posibilidad de que sus creaciones salieran a la luz. Tal vez existan hoy en día libros firmados con algún nombre masculino cuya autora, oculta en la sombra, jamás será descubierta.

              Otro tema que siempre me planteé era el porqué la mayoría de libros que estudiamos tienen autores masculinos. Puedo entender, de verdad, que exista un gran número de creaciones relativas a este sexo pero aún así también tenemos a flamantes mujeres que han escrito obras maravillosas. Tales como , por ejemplo, Emily Brönte, o Rosalía de Castro. Seguro que si os paráis a pensar caéis en más nombres de escritoras.

              Para finalizar os dejo con un poema de una autora nicaragüense que, a mi ver, es fiel a la nueva visión de la mujer del siglo XXI.

Mi querido Odiseo:
ya no es posible más,
esposo mío,
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Ítaca.
Hace ya muchos años
que te fuiste.
Tu ausencia nos pesó
a tu hijo
y a mí.
Empezaron a cercarme
pretendientes.
Eran tantos,
tan tenaces sus requiebros
que, apiadándose un dios
de mi congoja,
me aconsejó tejer
una tela sutil,
interminable,
que te sirviera a ti
como sudario.
Si llegaba a concluirla
tendría yo sin mora
que elegir un esposo.
Me cautivó la idea
que al levantarse el sol
me ponía a tejer
y destejía por la noche.
Así pasé tres años;
pero ahora, Odiseo,
mi corazón suspira por un joven
tan bello como tú cuando eras mozo,
tan hábil con el arco
y con la lanza.
Nuestra casa está en ruinas
y necesito un hombre
que la sepa regir.
Telémaco es un niño todavía
y tu padre, un anciano.
Preferible, Odiseo,
que no vuelvas:
los hombres son más débiles,
no soportan la afrenta.
De mi amor hacia ti
no queda ni un rescoldo.
Telémaco está bien;
ni siquiera pregunta por su padre.
Es mejor para ti
que te demos por muerto.
Sé por los forasteros
de Calipso
y de Circe;
aprovecha, Odiseo.
Si eliges a Calipso,
recuperarás la juventud;
si es Circe la elegida,
serás entre sus chanchos
el supremo.
Espero que esta carta
no te ofenda.
No invoques a los dioses:
será en vano;
recuerda a Menelao
con Helena.
Por esa guerra loca
han perdido la vida
nuestros mejores hombres
y estás tú donde estás.
No vuelvas, Odiseo,
te suplico.

Tu discreta Penélope.
Carta a un desterrado- Claribel Alegría (Nicaragua, 1924)
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11 jul 2012

Y sí, sé que ésto os importa una mierda.




Hace mucho tiempo, existió una escritora frustrada cuyo nombre era María Ahufinger. ¿Qué pasó con ella? Que terminó hasta las narices de que las personas le ocultaran cosas; de los dobles filos y de los «No era mi intención decir éso».

Dicha escritora, se planteó seriamente coger una motosierra y ponerse a cortar cabezas, pero, ¿sabéis qué? Que tampoco podría ser ese su castigo hacia ellos, porque ella a veces había actuado como éstos. Seamos francos, ¿quién no ha ocultado algo a alguien, e incluso mentido, con tal de no herirle o preocuparle? Já; jodido mundo. Cuando queremos las mentiras son malas y, cuando no, piadosas.

Pero bueno, ¿es que las mentiras no son mentiras? Coño; no me liéis más, ¿eh?

Hace mucho tiempo, existió una escritora frustrada, cuyo nombre era María Ahufinger, que empezaba a plantearse si tenía algún problema con el mundo, puesto era incapaz de ver las cosas de otros colores que no fueran el blanco o el negro. Para ella no existía el gris.

Y ahí estaba ella, de mala leche y cabreada por algo a lo que no le debería de dar tanta importancia.

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5 feb 2012

~

 Dibujo realizado por mi amigo Ty.

La princesa Soledad miró inquisitivamente a la señorita Ahufinger. Ahora que había madurado era consciente de algunos hechos difíciles de ignorar.

—¿Cuál es el auténtico color de mi cabello? —quiso saber Soledad con vehemencia. Había tantas preguntas de las que quisiera conocer respuesta. La señorita Ahufinger suspiró, antes de sonreír divertida; le complacía la idea de que Soledad demandara por su identidad.

—Depende... —tanteó la novel escritora. Soledad frunció el ceño, ansiosa.

—Explícate —insistió la bella princesa—. Escribiste multitud de textos sobre mí y en ellos varía arbitrariamente el color de mi cabello; desde el negro azabache hasta el rojo escarlata. Me resulta imposible determinar qué hebras verdaderamente me pertenecen.
 
La seroñita Ahufinger ordenó las ideas en su cabeza, orgullosa de Soledad; eran tan emprendedoras las preguntas que le inquiría.

—Depende de cómo te evoque tendrás el pelo de un color u otro —tanteó la tejedora de historias, preguntándose internamente cómo empezar—. Si te evoco como princesa desvalida tu cabello será negro y tus ropajes frescos y elegantes; si te evoco como alma atormentada por la bruja del Miedo tu cabello será rubio claro, y tus ropajes viejos y raídos cual vagabundo; si te evoco como princesa libre tu cabello será sangre, y tus ropajes tendrán un tono que eclipsará a los pigmentos del fuego.

Soledad vaciló, confusa.

—No lo entiendo... —logró articular—. ¿Acaso tiene relación alguna mi cabello con lo que soy?

La señorita Ahufinger asintió confiada, antes de pasar con suavidad su mano derecha sobre su frente; retirando un mechón rojo de su rostro orgulloso de autora primeriza.

—Tiene mucho que ver; tu pelo es un reflejo de tu identidad;. él cambia acorde a ti.

Soledad reflexionó; su mirada bailaba del rostro de la señorita Ahufinger al frío asfalto. Finalmente, preguntó:

—Y ahora... ¿De qué color es mi pelo?

—Rojo —contestó la escritora sin un ápice de duda—; el color de la fuerza, del fuego, de la sangre, del sacrificio —su voz se silenció durante unos breves segundos—. Aunque en ocasiones recree tus hebras de otro tono tu auténtico «Yo» tiene el cabello escarlata. Te tornaste fuerte; mataste a tus dragones y ganaste tus batallas. Pero éso es algo que sólo sabemos nosotras, y por ello debo de mostrarte en ocasiones como débil o condenada, para que así el lector pueda conocer el transcurso de tu historia.

Ante aquellas palabras, la princesa Soledad no pudo hacer otra cosa que no fuera sonreír.

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