5 feb 2012

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 Dibujo realizado por mi amigo Ty.

La princesa Soledad miró inquisitivamente a la señorita Ahufinger. Ahora que había madurado era consciente de algunos hechos difíciles de ignorar.

—¿Cuál es el auténtico color de mi cabello? —quiso saber Soledad con vehemencia. Había tantas preguntas de las que quisiera conocer respuesta. La señorita Ahufinger suspiró, antes de sonreír divertida; le complacía la idea de que Soledad demandara por su identidad.

—Depende... —tanteó la novel escritora. Soledad frunció el ceño, ansiosa.

—Explícate —insistió la bella princesa—. Escribiste multitud de textos sobre mí y en ellos varía arbitrariamente el color de mi cabello; desde el negro azabache hasta el rojo escarlata. Me resulta imposible determinar qué hebras verdaderamente me pertenecen.
 
La seroñita Ahufinger ordenó las ideas en su cabeza, orgullosa de Soledad; eran tan emprendedoras las preguntas que le inquiría.

—Depende de cómo te evoque tendrás el pelo de un color u otro —tanteó la tejedora de historias, preguntándose internamente cómo empezar—. Si te evoco como princesa desvalida tu cabello será negro y tus ropajes frescos y elegantes; si te evoco como alma atormentada por la bruja del Miedo tu cabello será rubio claro, y tus ropajes viejos y raídos cual vagabundo; si te evoco como princesa libre tu cabello será sangre, y tus ropajes tendrán un tono que eclipsará a los pigmentos del fuego.

Soledad vaciló, confusa.

—No lo entiendo... —logró articular—. ¿Acaso tiene relación alguna mi cabello con lo que soy?

La señorita Ahufinger asintió confiada, antes de pasar con suavidad su mano derecha sobre su frente; retirando un mechón rojo de su rostro orgulloso de autora primeriza.

—Tiene mucho que ver; tu pelo es un reflejo de tu identidad;. él cambia acorde a ti.

Soledad reflexionó; su mirada bailaba del rostro de la señorita Ahufinger al frío asfalto. Finalmente, preguntó:

—Y ahora... ¿De qué color es mi pelo?

—Rojo —contestó la escritora sin un ápice de duda—; el color de la fuerza, del fuego, de la sangre, del sacrificio —su voz se silenció durante unos breves segundos—. Aunque en ocasiones recree tus hebras de otro tono tu auténtico «Yo» tiene el cabello escarlata. Te tornaste fuerte; mataste a tus dragones y ganaste tus batallas. Pero éso es algo que sólo sabemos nosotras, y por ello debo de mostrarte en ocasiones como débil o condenada, para que así el lector pueda conocer el transcurso de tu historia.

Ante aquellas palabras, la princesa Soledad no pudo hacer otra cosa que no fuera sonreír.

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